Todo de mí (Kamaù tut 2). A. K. Guardián
El tiempo había transcurrido en nuestras vidas, cada uno marcando su camino, cada uno trató de sobrevivir y amoldarse a la baraja de juego que la vida presentaba…
Él hacía mucho había decidido convertirse en acero, sin permitir que nadie ni nada entrara; su muralla infranqueable no sería derribada, no perdería todo de nuevo. Su alma había sido congelada, se había jurado así mismo jamás confiar en alguien, nunca mostrar sus sentimientos ni expresar sus emociones, pues gracias a eso ya había quedado expuesto a demasiadas humillaciones y decepciones. Había muchas razones para ser llamado Acero, para que su verdadero ser se acoplara a ese nombre; su vida era gris y fría, sin apegos, sin sueños, tan exacta como aquella aleación de metales. Solo estaba lleno de avaricia, ambición de su trabajo… Pero no contaba con que la vida le plantaría cara, dándole una nueva oportunidad, enseñándole una lección de la cual, esta vez, no podría escapar, y que aquellas lunas de jade lo haría cambiar todo… Algunas veces la vida quita algo que nunca pensaste perder para darte algo que nunca pensaste tener. Todo obra para bien.
Ella estaba sumida más allá de la oscuridad, perdida en su propio ser, siendo devorada por la culpa y sus demonios. No había treguas, no había descanso para su alma, para su corazón sangrante… Había aprendido a esconderse en sí misma, a no permitir que nadie de su familia ni amigos lograran traspasar aquel campo minado en el que se encontraba. Sabía que si lo permitía serían arrastrados hacia esa espesa negrura en la que pasaba sumergida sus días… Tres años había transcurrido y no había nada en su vida a lo que lograra aferrarse, nada que le diera motivos para luchar con la opresión que la afligía… Hasta que una lluvia de estrellas fue vislumbrada en una mirada medianoche, haciendo que su caída continua cesara, haciendo que su mundo girara de nuevo, recuperando el aliento y logrando calentar el acero.
Algunos dicen que nuestro destino está atado a la tierra, que es tan parte de nosotros como nosotros de él. Algunos dicen que no podemos cambiar nuestra suerte, que el destino no nos pertenece… Pero no es cierto, nuestro destino vive dentro de nosotros, solo necesitamos tener suficiente valor para verlo.